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Irely Martínez Montes

Madre herida

Madre herida

Impotencia, rabia, dolor y miedo...
Gritos haciendo eco en cada rincón del planeta
pero... ¡nadie realmente escucha!
Como antes pasó del otro lado del mar,
en la tierra a la que llegaron tus primeros hijos.

Pareciera que sólo nos duele el recuerdo por muy poco
y el tiempo engullera la sangre perdida.
Y es que el dolor de los momentos exactos
es de quienes lo sufrimos viviéndolo.

Se miden las heridas comparadas
y compartiendo pésames protocolarios
nuestros líderes se conforman y toman su tiempo
para hacer nada.
¡Ay, Madre herida!
¡Sólo tú sabes cómo duelen los hijos!

Los primeros y los de ahora... Los de antes,
los dados, los regalados, los perdidos y los paridos,
por lo que costó encontrarlos.
Comen de sus propias carnes y se envenenan a conciencia.

¿Cómo hacerles entender, Madre?
Se han hecho duros e incompasivos
y de los que quedan vivos y mal viviendo,
muchos se han perdido caminando a la inversa,
buscando pasados que viven en el presente
para construir futuros que no llegarán hasta mañana.

Y es que el dolor del momento es de quienes
lo sufrimos viviéndolo.
Nunca aprendimos a vivir aprendiendo,
porque nos metimos en nosotros mismos
en el afán de hacernos grandes...
¡y nos estamos haciendo añicos!

No quiero que llores, Madre...
pero igual no puedo evitarlo.
Tus hijos, de tantos y tan variados, no llegan a conocerse
y sin embargo han aprendido a odiarse.
Están en todos lados, destruyéndose, asesinándose
y buscando justificaciones a lo injustificable.

Comen de sus propias carnes y se envenenan a conciencia.
Ni siquiera los buitres se atreven
a comer de su carroña.

Alguna vez será que tu grito realmente se deje oir
y el sonido se mueva a través del espacio
contaminando a la ignorancia y la temeridad.
Yo espero, Madre, que como desde siempre seas compasiva.
¡Ay, Madre herida!
¡Sólo tú sabes lo que duelen los hijos!
Los primeros, los de ahora... ¡los de siempre!

Impotencia, rabia, dolor y miedo...
Y los ecos del grito se desvanecen entrando a los salones
de las puertas cerradas, donde los artífices
del pésame protocolario hacen nada conformándose.
La impotencia gana tiempo y la frustración se encuba,
porque ni los buitres se atreven comer de la carroña
de las esperanzas que nunca llegaron
a ser verdes...
¡Y es que sólo tú sabes lo que duele un hijo!

Eso no va a impedir que sigan gritando
las conciencias que mamaron de la teta justiciera
que ha vivido alimentando a millones de años,
millones de hijos, millones de esperanzas,
millones de mañanas, millones de dolores,
millones de tiempos, millones de pésames,
millones de hijos,
millones de buitres... ¡Millones de Madres!
¡Ay, Madre herida!
¡No dejes de lanzar tu grito!

Por España, por New York, por Hiroshima y Nagasaki, por Filipinas, por Vietnam, por Cuba, por Argentina, por Vieques, por Irak, por Venezuela... ¡por el Mundo!


Irely Martínez Montes©

 

 

 

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