Escritos
de Malusa
Murió la señora
Y se murió la
señora de la casa... no hubo más nada que hacer, solo
enterrarla, dejar el cementerio y pagar los servicios, las
flores, el cura. Después se hubieron de guardar sus cosas, sus
vestidos, zapatos... libros y las joyitas; aquellas pocas
joyitas que ella tanto apreciaba. Cosas tan preciadas por ella y
que los muchachos sus hijos... no las quisieron por ser... muy
poca cosa.
En un principio... no la echaron mucho de menos, cada uno estaba
muy ocupado en sus quehaceres; hasta el hombre que fue su marido
sintió cierto alivio pues desde hacía tiempo... anhelaba tener
en sus brazos tupidos de vello blanco, a un ser más joven, un
aliento más cálido; y es que... aquella mujer, su mujer, había
sido muy buena... pero el varón creyéndose potente y fuerte;
sentía flácido su cuerpo; las estrías que le habían dejado los
embarazos... no eran agradables ni a la vista, ni al tacto.
Claro que había sido madre de sus cinco hijos, pero... a él como
macho ¿que le importaba? el quería hembra joven, fuerte y
fragante, olorosa a juventud. Y cuando ella se acostó en la cama
matrimonial y se dejó morir... pues, él lo sintió; despues de
todo eran años en común, pero luego... al diagnóstico fatal del
médico... se resignó con algo de alegría que a nadie confesó.
Los hijos, cada uno buscando ya por su lado amor, dinero,
posición en la vida, se dejaron llevar por un dolor agudo que
sólo duró unos cuantos días, luego... como había brazos que los
esperaban, la vida seguía y se había terminado aquella
"obligación" de pasar a visitar a la madre y darle algún
dinero... se olvidaron, no sin rezar los rosarios obligados y
alguna ave Maria de vez en cuando, en aquellos momentos en que
se sentían solos o tenían miedo.
Pero nadie se percató del niño, de hecho... lo olvidaron... el
niño de la casa no lloró el día del entierro, era el más
pequeño... el último botón de aquel matrimonio, pero no lloró...
pues no alcanzaba a comprender la magnitud de la tragedia que
había tocado su pequeña vida, si bien su madre no era un caudal
de alegría, ni un río de caricias; era la comida a tiempo,
sabrosa y caliente, era el arroparle al dormir, el peinarle como
si alas de mariposa tocaran su pelo, si, era muy importante en
aquel caserón ahora tan vacío, tan frío. No había quien le
hiciera la cena y cuando el padre llegaba comían cualquier cosa
y no se hablaba, no se reía, no había quejas, no había planes...
el silencio invadía aquel lugar... él era un niño y no podía
comprender el porque de tanta soledad, entendía la muerte si,
como la ausencia de alguien, que inexplicablemente había partido
"al cielo"; lo que no podía entender era como todo el calor de
aquella casa, todo el sol había desaparecido.
Temió por pláticas escuchadas, la posibilidad de una "madrastra"
pero al tiempo, anhelaba que alguien le tocara la piel para
hacerlo sentir vivo, que alguien pusiera en la mesa del comedor
cazuelas y vasos y que los olores de los guisos volvieran a
inundar la cocina de la casa, pero no, tan sólo una mujer muy
joven y muy guapa muy torpe, con risa estridente y vulgar; le
servía a diario una porción de comida sin hablar y le peinaba
jaloneándole.
Una noche cuando sentía más frío que nunca, aunque estaba bien
arropado... fue al cuarto de su padre buscando el calor que
desde la marcha de su mamita no encontraba... entró de improviso
encontrando en el lecho de su padre a aquella mujer que le
servía la comida y le jaloneaba el pelo; lo que observó le hizo
agolparse la sangre en el estómago y en las sienes... y no
porque sintiera que aquella mujer profanaba el lecho de su
madre, sino... porque de golpe descubrió para qué deseaba su
padre a aquella joven mujer.
Pensó que el haber descubierto aquello lo convertía en hombre, y
no le gustó sentirse así... El padre, vociferó y lo echó fuera
con palabras fuertes, con las manos no podía... pues estaba
ocupado... el niño salió... llorando bajito.
Todo aquello le parecía una pesadilla, algo que no podía ni
quería comprender... se sentó en la escalera y tomando un chal
que había sido de su madre lloró... lloró mucho, primero bajito,
luego golpeando el piso y los barrotes de la escalera con el
llanto desgarrador del despertar a su orfandad... pasadas las
horas se volvió a su cuarto, ahí; abrazado al chal de su madre y
cubierta la cara con la almohada, lloró por primera vez
consciente de hacerlo por ella, habiéndose percatado del
significado de su ausencia, y repitió sin cesar su nombre muy
bajito como acariciándolo, al fin se quedó dormido repitiendo
entre sueños ¡Mamá! ¡Mamá!
Era el niño de la casa... diez añitos tan solo, y se había
percatado que su mamita... jamás volvería... que su vida a
partir de ya... sería siempre ausencia de aquel calor amado
Maria Luisa
Ensayo
1978
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